Chapapote
Cuando Francisco Haz Soneira se levanta, lo único negro que ve ahora es el cuervo que cobija en el patio de su casa, en Muxía (A Coruña).
Francisco prefiere hablar del cuervo en lugar de lo primero que vio hará 10 años al levantarse. Entonces no estaba jubilado. El mundo estaba teñido de negro. Todo aquello salía del barco aquel en apuros, del que dos o tres días antes las autoridades decían que estaba lejos de la costa, y que él había visto desde casa “a dos o tres millas de Punta da Buitra”. Aunque por aquí, por la Costa da Morte, barcos en apuros no faltan.
“Sería un jueves o viernes, el olor ya se dejaba notar y las gaviotas empezaban a dar la señal de que algo andaba mal. En la playa pedregosa de Muxía, a la que mira la casa de la familia Haz, el chapapote del Prestige había embadurnado esa noche 190 kilómetros de costa gallega.
“Enseguida empezó a llamar gente, de las universidades, que querían venir a limpiar, y más tarde los monos blancos. Si usabas una semana la misma ropa, al secar el chapapote quedaba dura. Parecíamos robots”.
En el desconcierto de esos momentos, la Administración intentó impedir el trabajo de voluntarios y marineros alegando que no estaban asegurados.
A las siete de la mañana ángel y Antonio notaron un fuerte olor “a gas”. No a butano, sino a combustible de barcos, “a gasóleo”. “No sabíamos de qué era aquel olor”, dice ángel, que sigue aparentando los 59 años que tenía entonces.
“Tuvimos suerte de que el fuel entró con marea baja, y pringó las piedras mojadas, y que aquel año fue muy malo y el mar trabajó mucho las piedras; si no, todavía estarían sucias”, asegura.
En Santa Mariña no llegan al centenar de vecinos, pero todos viven del mar. En la cofradía de pescadores, incluyendo a los vecinos de Arou y Camelle, había entonces 150 percebeiros. Ahora serán 100.
¿Habrían limpiado si no se les hubiese pagado? “No lo sé. Yo creo que sí, porque daba pena, había tanto… eras como un panadero cortando la masa; mejor que pagasen”, señala Juan Carril, quien limpió durante días junto a sus cuñados.
Esther Tajes comprobó que la marea negra llegó hasta Francia “porque fui a Lourdes”, dice, “y vi el chapapote en un pueblo pequeño que se llama Biarritz”. Su hijo Iván Tajes, que además de percebeiro es buzo, ha visto con sus propios ojos que en el fondo del mar sigue habiendo bolas de fuel.
Un marinero cobraba entonces 40 euros al día por la prohibición de faenar, otros 40 por limpiar, y si tenía embarcación eran otros 80.O sea, 2.000 o 3.000 euros al mes. Y los cobrábamos al momento…, no sé si otros políticos habrían hecho lo mismo”, deja caer. “Eso no quiere decir que no agradezcamos lo que hicieron los voluntarios. A lo mejor nosotros, pasa esto en Vigo, y ni vamos”, suelta de golpe.
“Nos pagaron como nos tenían que pagar y nos dio mucho dinero en su momento, pero el problema es ahora, porque los dos primeros años, tras un año sin tocarlo, hubo mucho percebe, pero ahora no hay mejillón, ni mejilla, y sin eso no hay percebe”.
El otro Paco, apellidado Haz, reconoce que el trabajo estuvo bien pagado. ¿Por qué?, se pregunta. “No lo sé, pero no se lo recomiendo a nadie. Yo cobré mucho dinero, pero no se olvide que en Muxía había rapaces que ya estaban rehabilitadas y volvieron a caer”. Antonio, su hijo, opina: “Los cuartos no lo son todo. Si viniera otro petrolero, sin elecciones a la vista, no sería igual. No piensan bien lo que dicen. Yo querría que viniese otro, pero por los voluntarios que estuvieron en Muxía, y por homenajearlos de alguna manera. Otro Prestige, pero sin chapapote”.
Fuente: www . elpais . com